He aquí, que leyendo a vuelo de ave las publicaciones breves de una compañera -en Facebook-, aprecié con nostalgia este espacio, que debo confesar, no es muy visitado, ni quiero que lo sea, donde he venido a expresar de repente, inquietudes personales que bien podrían ser comunes entre aquellos que también han tenido acercamientos con la cultura, el arte, la introspección, y sobre todo, la misantropía.
Así pues, luego de dos largos años, retomo, a este espacio virtual.
Sigo con las letras que tanto amo, con la inspiración, que me riñe, abandona, y vuelve, con la esperanza que estas letras llamen la atención de una musa nueva de nombre, Edith.
Tras la tragedia electrónica
en que se ahogasen sin abrir
sonidos
los versos últimos, reiniciamos
la tarea
en brillante desierto
atemporal,
la desnudez del alma reluciente,
sin música, ni voces
con el silencio tan sólo.
He aquí la condición
inhumana, transversal,
indefinida, deforme.
Multitud de letras apenas
logran modificar –no así
moldear, esculpir-
esa la masa que todos vemos,
pero ignoramos,
callada-mente.
Desde aquí, lentos e
inseguros describimos
las texturas del infierno
interno, la voz en deshora
que no calla, que dicta,
acompaña, acosa
en los callejones del
insomnio, caravana entre dunas.
Es que no empezamos a decir.
Palpitamos, nada más.
Regurgitamos humildemente. Letras.
Energúmenos que anticipan la
orgía intelectualoide,
disimulada verborrea con que
explorásemos pantanos
de retórica, aferrados a
exóticas metáforas, investidos
pues de esos colores (auras,
aureolas, destellos enfermizos)
con que pudiésemos identificar a los amantes
de las musas.
¿Para qué?
Todo se ha escrito. Todo se
ha dicho. “No hay nada nuevo bajo el sol”
Salvo el caos. La catástrofe
individual.
La hecatombe, el
Apocalipsis.
Todos los principios y finales
(exterminios, diluvios,
resurrecciones ), acaecen
en pechos imbuidos de ánimo
literario, de incoherencia, hambre de tinta,
inadvertidos, casi
imperceptibles cambios
que tiñen las miradas,
envuelven los cabellos,
transforman a los seres, ora
jóvenes, ora viejos,
en introspectivos amantes
de, nuevamente, la palabra.
Podríamos llamarles
“zombies” (no hay ya palabras prohibidas),
reinventar la definición
propia, que nos define, que los define,
que te define.
Mas el caos perdura. Surge
de las manos, a la boca,
del corazón a las obras, se
pinta, se esculpe, se grita.
Imposible ser muertos en
vida.
La muerte es vida, la muerte
es cambio,
ya lo dice el Tarot –no
Jodorowski
Cerramos las almas, los
ojos, los oídos,
sumergidos efímeramente en
nosotros,
en ellos, en todos, nos
abstraemos.
No es huida, sino
reencuentro.
El mar, tan lejano vive en
nosotras, en nosotros.
El espacio exterior,
infinito, nos atraganta
en nuestro sueño,
devorándonos.
Sin sentirlo, somos
calcinados, forjados
en un fuego incoloro, puro,
e intocable.
Parpadeamos.
Nuestro mundo sigue en el
mismo punto.
Nosotros no.
Hemos aprendido
a dominar el caos.
13
de junio de 2015. 12:37 a.m.