viernes, 26 de julio de 2019

Carta blanca

Desarrollar el único desdén por todo aquello comercial, común, promedio, me ha mantenido callado, o mejor dicho verdaderamente aislado de cualquier medio en el cual pudiese expresar mi opinión.
Hay demasiado "interés" en agradar, en ser aplaudido o celebrado. Las redes sociales han plagado Internet de montones de ávidos "expertos" dispuestos a opinar sin pensar apenas, más bien, plasmando una reacción inmediata en escasos caracteres, para darle seguimiento por algunos días hasta que irremediablemente llegan a un límite de aplausos y se concentran en una nueva opinión, un nuevo comentario que esperan obtenga la aprobación de desconocidos.

De nuevo, así, no dan ganas de escribir, o de expresarse en la red de redes. Si bien podría encontrar medios para publicar de forma impresa mis escritos, y así limitar el acceso a ellos, es tan desmotivante la carencia de interés en la palabra impresa, pero además es más convincente la certeza de que las propias opiniones, las convicciones son mías nada más y como tales, si me da la gana, alguna vez las diré en voz alta a solas, o las compartiré con alguno de mis menos de cinco amigos verdaderos.

Los tiempos han cambiado, y yo con ellos.

Hace unos días tomaba conciencia de que estoy a casi 7 años o menos de cumplir cincuenta. Si bien en el 2005 no sabía si mis vicios me permitirían llegar a 2006, ahora me pregunto si mis padecimientos propios de la edad me permitirán llegar a los cincuenta. Secretamente creo que si el destino me castiga adecuadamente, si el karma obra como se espera, viviré otros 40 años para sentir el desgaste, el dolor, el olvido de volverme un anciano - y siendo que por ello rehusé tener hijos, para evitar la maldición gitana de la abuela en que mis hijos me harían pasar el mismo infierno que ofrecí a mis padres.

Son tantas las preguntas, los cuestonamientos y planteamientos luego de tres años sin publicar algo aquí. Quisiera por una parte que más jóvenes leyeran lo que escribo, pero más aún, que más jóvenes lo entendieran, reflexionaran, para entonces encaminarse de forma distinta.

Héme aquí, el gran misántropo que en el fondo espera que la humanidad salve algo, un poco de sí misma. En voz alta siempre desearé que esta plaga sea fumigada con el debido diluvio o algo peor, no merecemos el regalo de la vida, no merecemos la tierra, no merecemos nada.

Sea, pues, la desnuda hoja no ha logrado intimidarme. Escribí brevemente porque si aún hay tiempo formaré un universo nuevo en cada hoja, o bien, un caos enorme en muchas otras páginas.

Seguiré el oficio a ciegas, mutilado, censurado, reprimido, satanizado o subestimado.

Porque hay muchas palabras aún que no he dicho en voz alta, y porque el arte perdura aún en los tiempos más oscuros.


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